Texto y fotografía: Lorenzo Díaz
Conocí a Oscar cuando iba en segundo de primaria,
soy amigo de sus hijos, nuestros padres eran ya amigos. La cotidianidad del
contacto con su trabajo y su forma de ver el mundo me enseñaron mucho de lo que
el diseño realmente es, de lo que puede significar para una persona y para una
comunidad.
En casa de los Hagerman de igual manera
convivían una silla de Alvar Aalto con indígenas Huicholes, que un planeador
“Ala Delta” con artesanía de la Sierra de Oaxaca, sin embargo, ningún objeto
era casual, todos habían llegado ahí de manos que entendían o vivían “el
diseño” o “la arquitectura”.
Oscar, de formación arquitecto egresado de la
UNAM, nunca ha buscado un cliente para sus diseños. Oscar diseña, como debe de
ser, para solucionar problemas. Su interés es comprender las circunstancias de
una comunidad y, de la mano con ellos, resolver el reto. El objetivo es
sencillo: hacer que la gente viva mejor.
Hace muchos años Oscar decidió además
entregar su capacidad de solucionar a las comunidades indígenas de la sierra de
Puebla y desde entonces diseña para las personas que normalmente están fuera de
este mundillo nuestro del “design”. El trabajo de Oscar es noble y contiene una
enorme dosis de humildad y paciencia, pero sobre todo es auténtico.
La
arquitectura y el diseño de Oscar, sin ser espectaculares, resuelven como
muchas veces la arquitectura y el diseño conocido en los escaparates no lo hacen,
los problemas para los que fueron necesitados. Oscar, además, nunca ha dejado la docencia y
muchos de nosotros hemos tenido la suerte de aprender en las aulas sus
lecciones enseñadas con cariño y parsimonia.
La exposición que se presenta en el Museo
Franz Mayer es tal vez la más completa que se haya montado de su trabajo, es
sin duda la mejor manera de entender lo que hace y rodea a este gran personaje
del diseño y la arquitectura mexicana.
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