En 1997, Herbert Muschamp escribió en
su columna del New York Times: “si uno quiere observar el corazón del arte en
los Estados Unidos hoy, necesitará un pasaporte, hacer maletas y dirigirse a
una pequeña y anticuada ciudad al noroeste de España: Bilbao.” Muschamp
escribía, por supuesto, a propósito del Museo Guggenheim que ese año se
inauguró en aquella ciudad y que afirmó era la obra maestra de Frank Gehry.
Por Alejandro
Hernández Gálvez @otrootroblog
Un edificio singular para una
institución de gran prestigio, con una importante colección de arte y un
reconocido programa cultural, bastó para colocar a Bilbao, ya lo
sabemos, en los mapas cultural y turístico del mundo. En el 2015, Rafael Moreno
Valle, Gobernador del estado de Puebla, en México, citó ese caso como un
“ejemplo que nos muestra lo que es posible cuando hay visión y proyección
cultural.” No se trataba realmente de un elogio a la ciudad vasca, sino de una
poco discreta afirmación sobre su propia gestión y la obra que presumía y
presume como su gran proyecto cultural: el Museo Internacional del Barroco. Si
la comparación entre el Guggenheim de Bilbao y el MIB hubiera tenido sentido,
hoy podríamos decir, parafraseando a Muschamp, que para ver y entender el
barroco en el mundo, hoy, haría falta un viaje a la ciudad de Puebla para
conocer el nuevo museo. Nada menos cierto.