La Visual de... ¿Celebrar?

La escena se repite constantemente de lunes a sábado en un interminable loop: hombres y mujeres, casi siempre de origen humilde se preparan para entrar a una construcción al filo de las ocho de la mañana

Por Marcos Betanzos @MBetanzos
Laborarán, después de haber recorrido la ciudad por más de una hora, durante su jornada, gozarán de una pausa para matar el hambre y recargar energías, posteriormente los esperará un viaje de regreso a casa igual o aún más largo que el que los trajo a su trabajo. Trabajarán así repetitivamente desde su juventud hasta su vejez, materializando con sus manos y su ingenio la casa soñada de alguien más, la oficina de alguien más, la alberca y el jardín de alguien más, siempre trabajarán para alguien más que nunca son (o serán) ellos.


Nunca silenciosos, pero casi siempre anónimos, soportarán esas jornadas a costa de su seguridad, se suspenderán, volarán, cargarán y llevarán al límite de los verosímil el rendimiento corporal sin protección alguna, sin derechos y sin el más mínimo reconocimiento; eso sí tendrán de vez en cuando la revancha de presumir con mucho más que orgullo su participación en algún fulgurante edificio al que una vez terminado jamás volverán, jamás podrán entrar. De esa exclusión se fortalecerá su cotidianidad, al saber que la ciudad que siempre está en construcción gracias a sus manos es al mismo tiempo la ciudad que no les pertenece, la que los expulsa a vivir una realidad paralela y ajena.





Un día al año, como hoy podrán sentir parte de un reconocimiento poco natural, un artificio que parece una complacencia excéntrica, una tregua entre su realidad y su oficio, una comilona que desvanece las controversiales proezas a las que se someten acrobáticamente cada día; un pulque, unas cervezas; una tregua y nada más. El recordatorio constante de una deuda que jamás podrá saldarse pero que hoy se tolera a cambio de un poco de risas, de un festín.






La relación de nuestro oficio como arquitectos y la relación del oficio de nuestros albañiles persigue una inercia irrevocable por la condición asimétrica de poder, el delirio autoral, la desigualdad, pobreza, precariedad, informalidad...y un largo etcétera. El vehículo de la indiferencia hacia condiciones laborales, sociales, y humanitarias que no permite ver que su oficio forma parte del universo de la primera causa de accidentes laborales en nuestro país según cifras del Instituto Mexicano del Seguro Social, organismo que indica que cada 75 segundos muere un trabajador de la construcción, si es que éste fue dado de alta de manera oficial; muchos morirán sin derecho alguno, de manera anónima.






Encargados de velar por sus intereses, los sindicatos que dirán defender a los trabajadores de la construcción no harán mucho: convertidos en bandas de extorsionadores que operan flagrantemente de obra en obra, se presentarán dispuestos a todo menos a protegerlos. Una verdadera mafia que no se detiene.






Sin derechos, sin reconocimiento oficial a su trabajo, sin prestaciones sociales o una posibilidad de futuro distinta, sin acceso a servicios de salud, con un promedio de seis años de formación escolar y con un ingreso que oscila entre dos y cuatro salarios mínimos, cuando muy bien les va, un tres de mayo, en cualquier obra de la Ciudad de México o del país entero se celebrará algo que no tiene ninguna lógica festiva: el día de la Santa Cruz y con ello a los trabajadores de la construcción.






Una comilona un día como hoy, no aminorará para nada la constante y repetitiva escena de ver que la profesionalización de estas personas es la eterna asignatura pendiente. ¿Cuándo se pondrá en la mesa la mejora de condiciones de este universo que representa más de dos millones y medio de personas? ¿Celebrar? Sí. Reconociendo todos sus derechos. De otra forma, el interminable loop continúa desviando la mirada de sus más importantes prioridades por resolver.




Fotografías de Marcos Betanzos







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