El estado de emergencia que provocó el sismo del 19 de septiembre trajo consigo una situación luminosa donde lo mejor de nuestra sociedad se hizo del momento de crisis desde las primeras horas de incertidumbre. Sin tiempo para cuestionarse sobre el futuro inmediato voluntarios salieron a las calles a buscar con arrebato lo rescatable de una tragedia que confirmó que de nada sirvió el tiempo transcurrido para prepararnos, que vivíamos en la ilusión de haber aprendido una lección mitificada desde 1985
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Por Marcos Betanzos @MBetanzos
El optimismo ha comenzado a menguar al ritmo de quienes buscan retomar la cotidianidad de la vida. Para la parálisis gubernamental y la burocracia de las autoridades se trata de sobreponerse con porras, dosis fe y mucha buena vibra, pero para quienes viven desde hace casi dos meses en la incertidumbre y el vacío, la vida ha cambiado, ya no puede retomar su cotidianidad. El vacío que se quedó no es sólo el de las pérdidas humanas, a esto -que ya es suficiente dolor- se añade el vacío que provoca la incertidumbre legal, económica o la imposibilidad de volver a casa.