
A lo largo de ese capítulo colmado de música, amigos y halagos muy bien equilibrados, hay un ir y venir entre las ciudades de México, Nueva York y Oaxaca. Esta última me parece que termina por consolidarse como el vehículo narrativo de una búsqueda personal que supera las aspiraciones personales del cocinero, una especie de manifiesto o confesión pública por una meta superior de carácter íntimo: llevar la exigencia personal al máximo, lidiar con la complejidad de liberarse de pretensiones ociosas y asumir la responsabilidad total de su trabajo en la cocina para imaginar lo que llama “un final feliz”, su ilusión por permanecer en Oaxaca.