Hay que reconocer que nos llamó la atención que con solo tocar el timbre señalado del departamento, sin preguntar muchos detalles nos dieron acceso al recibidor del edificio y un amable letrero sobre el elevador nos llevó hacia las escaleras para emprender el ascenso. Coincidimos con una pareja de italianos y un pequeño grupo de españoles que no paramos ni un momento y subimos en grupo de un jalón.
Al comenzar el recorrido nos dimos cuenta de que los compañeros de asenso eran solo un puñado de los que nos esperaban en el recorrido y por un momento nos sentimos en el departamento de Babel ya que varias lenguas se hablaban al mismo tiempo comentando sobre los diferentes puntos de interés de este espacio en el que el arquitecto vivió y trabajó de 1934 a 1965.
Otro detalle que nos llamó la atención es que el mobiliario no tiene letreros de no toque o no se siente, por lo que la sobadera se pone buena, desde quien lo hace con el deseo de entender las texturas, hasta el que busca llevarse un poco de las vibras que todavía hayan quedado por ahí del buen Le Corbu.
Lorenzo y yo comentamos recorriendo los espacios la notable amplitud y entradas de luz natural en las áreas de estar y lo pequeña que es la cocina, ya que si consideramos el tamaño del arquitecto este espacio es reducido y en nuestra opinión poco práctico, no creemos que la cocinada haya sido de sus actividades favoritas. Otro detalle que también platicamos estando ahí fue la ubicación y cantidad de las regaderas, esa sí era definitivamente una actividad que le gustaba y disfrutaba.
Como ya habíamos tenido la fortuna de estar en otros edificios de la autoría de Le Corbusier, pusimos poca atención a los detalles de subida, pero la bajada la hicimos con calma (una vez pasada la emoción de estar dentro del departamento-estudio) y al salir cruzamos la calle para analizar su fachada e imaginar 85 años de historia.
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