Un monoespacio que se transforma de acuerdo con las actividades.
La vivienda se
localiza en Mérida, Yucatán y se ubica al final de la calle, en la glorieta o
remate de una de las vialidades dentro de la privada, es por eso que su
expresión trata más de ser una escultura que una vivienda, un conjunto de
volúmenes ciegos hacia el exterior de diferentes proporciones que responden a
las actividades que en su interior albergan.
Pasando el
zaguán que nos articula con la calle, un pequeño vestíbulo a doble altura detiene
de golpe el recorrido obligándonos a dejar atrás el ajetreo de lo cotidiano. Una
vez atravesado este umbral, descubrimos un monoespacio que puede transformarse
según las actividades.
Sala y comedor
corridos se fusionan con la terraza y la cocina abierta, ambas, a través de un
sistema de puertas corredizas que aparecen y desaparecen según la ocasión
compactan o amplían las áreas sociales, logrando así una versatilidad funcional
y espacial siempre con la premisa de mirar hacia el jardín y la alberca.
En el ala oriente
de la planta baja también se localiza la recámara principal, con su baño
vestidor, y una recámara de invitados que, al tener un doble acceso, se
convierte en un departamento independiente para una visita de largo plazo. Los servicios
también se alojan en planta baja del lado poniente junto a la cocina. La planta
alta es para los niños, dos habitaciones con distribuciones diferentes que
comparten un baño vestidor con funciones separadas.
La paleta de
materiales es muy sencilla: mármol travertino para los pisos, muros en blanco
en su mayoría contrastando con algunos detalles en chukum y piedra de la región.
Aluminios y vigas IPR en negro, con algunos contrastes en madera de tzalam y
sintéticos. El interiorismo plantea algunos acentos en tonos de azul y gris
para el mobiliario, complementados con matices de dorado.
Fotografía: Sergio
Ríos
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