Una reivindicación de la arquitectura del lugar —del diseño regional, materiales locales— construyendo así su carácter e identidad.
Este proyecto de vivienda obedece en
primera instancia al constructo que la firma entiende como arquitectura, a
decir: el programa arquitectónico (dinámicas), el uso del espacio (el uso
práctico del espacio), la habitabilidad, el hábitat (el lugar en una visión
amplia) y la atmosfera del espacio (lo percibido en el espacio).
Dentro de esta visión sobre cómo
construir el espacio, hay dos elementos importantes, uno atiende a la
optimización físico espacial, logrando que un predio de 6.5 m de frente por
18.5 de fondo, pueda brindar áreas más amplias de lo que convencionalmente queda
establecido. Esto se logra mediante un reducido número de muros, así como una
disposición densa y compacta de los mismos.
El otro elemento es la materialidad, la
cual responde tanto al hábitat como a la atmosfera del espacio. Es decir, la
conclusión formal de este proyecto fue la de un gran bloque de barro color
naranja que flota y se inserta en una envolvente blanca. De modo que el barro, como elemento
primordial de la construcción de esta vivienda, reconoce los recursos
materiales de la región, así como los sistemas constructivos ancestrales,
adaptándose de este modo al hábitat en el que se interviene.
Por otro lado, las cualidades plásticas
del barro permiten construir una atmosfera cálida, amable con el habitante, que
da cuenta de la manera en cómo se materializó la idea de vivienda. Una
atmosfera que nos refiere al territorio en donde sucede esta arquitectura, que
no da la espalda a la tradición o herencia cultural que hay en Puebla y que no
aspira a modelos ajenos.
Fotografía: Rafael Cortes Casas
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