Sobre los antecedentes del proyecto aprendimos que los daños ocasionados por el terremoto de 1994 a la catedral de Santa Vibiana llevaron a la diócesis a la conclusión de construir un nuevo proyecto en el predio de 23 mil metros cuadrados en la esquina de Temple y Grand Avenue. El proyecto fue encargado al arquitecto español Rafael Moneo en el que es evidente la libertad compositiva, sin perder la integridad del edificio como entidad estructurada y formalmente definida por el tejido de la ciudad.
Su ubicación en el extremo del centro de la ciudad limitado por una muy transitada autopista, aprovecha la inclinación del predio localizando en la parte más alta a la catedral logrando que sus dimensiones sean aún más impresionantes para el peatón que se le va acercando. La entrada es por la parte baja y se sube a una gran plaza rodeada por algunos jardines y fuentes que mitigan el rumor del tránsito que fluye más abajo.
Al acercarnos al ingreso, en la parte inferior derecha, fuimos sintiendo cada vez más su escala y tal como lo hacen las grandes catedrales góticas, nos sentimos muy pequeños ante la altura de los muros que nos separaban del interior. El exterior no describe lo que sucede dentro, pero si hace evidentes las múltiples entradas de luz en todos los muros que logran que al entrar se sienta una iluminación que se va desvaneciendo hasta llegar al suelo.
El programa arquitectónico propuesto por Moneo rompe con los estándares clásicos y cánones de la liturgia haciendo una sola entrada lateral que llega directo a las capillas, generando un amplio pasillo que hay que recorrer y dar una vuelta antes de entrar en la nave principal.
Los colores claros de todos los materiales en el interior aumentan la intensidad de la iluminación y logran un ambiente en el que se transmite un concepto completo. Los luminarios, el mobiliario y los gobelinos que cubren ambos muros laterales describen un nuevo lenguaje en armonía con un proyecto de finales del siglo XX.
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