En medio de un extenso claro de 10,000 metros cuadrados, rodeado por majestuosos pinos y atravesado por un río que fluye con serenidad, se despliega un conjunto de casas que parecen haber brotado del propio paisaje. Aquí, la naturaleza no es el telón de fondo, sino el hilo conductor de una experiencia de vida en armonía.
El terreno, ubicado en la zona de Avándaro, en el Estado de México, acoge seis casas de campo distribuidas de forma orgánica, sin muros ni límites evidentes. La vegetación y la topografía son quienes trazan los espacios, permitiendo que cada casa encuentre su lugar con naturalidad, sin imponerse sobre el entorno ni sobre sus vecinas.
Esta nota se centra en una de estas viviendas, diseñada para integrarse suavemente con el terreno. Concebida como un refugio íntimo y sereno, la casa se desarrolla casi en su totalidad en un nivel, con una disposición que abraza el paisaje sin interrumpirlo.
La vida social se abre hacia las mejores vistas del terreno, acompañada de áreas verdes que se extienden como prolongaciones del interior. Las habitaciones, por su parte, resguardan la intimidad en un ala más tranquila, conectada sutilmente a través de un patio que articula los distintos momentos del día. Esta configuración también refuerza la idea de comunidad discreta entre las casas, separadas no por barreras, sino por el diseño mismo del espacio compartido.
La arquitectura se expresa con sobriedad y honestidad. En la zona social, un juego de columnas acompaña el paso del sol, generando una danza de sombras que acompaña la rutina diaria. Los espacios privados, más contenidos, invitan al silencio y la pausa. Todo en esta casa—desde los materiales hasta su escala—ha sido pensado para que el bosque sea siempre el protagonista.
Desde su terraza, la casa se abre por completo a la naturaleza. Cada rayo de luz, cada reflejo en el agua cercana, cada susurro del viento, encuentra un eco en su interior. Y es allí, en la calma de esos momentos, donde la arquitectura cumple su propósito: enmarcar la belleza sin interrumpirla.
Fotografía: Arturo Arrieta
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