Por Miguel Aldana
Beige: palabra francesa que significa “sin teñir” aplicada al gris amarillento de la lana cruda. Probablemente proveniente del latín Bombax (algodón).
Ha habido una serie de casos que por numerosos parecerían acumularse en una tendencia claramente identificable: obras de producción aparentemente doméstica que contrapuntean la industrialización de la arquitectura, son obras que se adivinan de un solo acto cuya estructura es un acabado aparente, cuyo mobiliario es pétreo o de carpintería gruesa, que se cierran con ventanas simples o celosías tropicales. Es una OBRA BEIGE de adobes con maderas, de bambú con arenas, de canteras locales y de concretos lavados, pulidos o cincelados. No es obra negra ni es obra blanca, sino todo lo contrario.
Lo ecológico ha dejado de ser verde literal para dar paso al realismo de la tierra.
El ahorro de los materiales beige es necesario hoy más que nunca y la creatividad de los arquitectos beige evita los números rojos en la construcción. Y potencian las capacidades de los autores, las obras, los sitios, los usuarios.
La época de los capitales acumulados, los contratos integrales y las construcciones creadas desde la mercadotecnia ha dado pie a la ejecución de obras ligeras, abiertas, temporales. La economía se ha sensibilizado ante la necesidad del diseño participativo, el micro financiamiento y algo que parece ser más una construcción “asistida” que una “dirigida” por arquitectos.
La obra de arquitectura de esta década que recién ha terminado ha descendido por méritos propios en la escala social al decir con menos recursos, este apropiamiento popular del trabajo de construcción diseñado se ha dado mediante el uso masivo e inteligente del espacio o bien como respuesta a una necesidad imperante que es abatir la desigualdad social, cultural y económica de los asentamientos, sean urbanos o rurales.
En México hay abundantes ejemplos de esta (¿nueva?) vertiente de diseño social, materiales simples, economía constructiva y ocupación libre, llamada bioclimatica o ecológica, vernácula o rural, retro o kitsch. Los diseñadores afines son miembros de la nueva generación de arquitectos, desde Mauricio Rocha que propone un concreto hecho de estratos térreos en Oaxaca hasta Frida Escobedo que lleva al pináculo de un pabellón serpentino un diseño espacial de materiales crudos, pasando por Rozana Montiel cuyo trabajo con comunidades urbanas dista mucho de ser industrialmente manufacturado. Por su parte, el Foro Boca de Michel Rojkind tiene en su concreto aparente un patrón de tatuaje que abiertamente presume su materialidad masiva a un espacio público, mientras que los barandales de madera producen un efecto cálido que, una vez más, resulta familiar, casi hecho a mano. Lo mismo pasa con la gran escalinata del centro cultural de Productora + Broid.
El trabajo residencial y equino de Manuel Cervantes es minimalismo hecho en un solo acto: la obra negra expuesta con apenas un acabado pulido. La obra de Alfonso Quiñones tanto playera como urbana habla de esta obra que no es blanca ni tampoco es negra. Otros sureños son Apaloosa y TACO, talleres muy jóvenes que han hecho (voluntaria o involuntariamente) de la economía una bandera. Obra beige por todos lados.
Si bien los mencionados son miembros de las recientes generaciones de arquitectos, los orígenes de este fenómeno en nuestro país los podemos rastrear hasta los 90s cuando un disruptivo movimiento (Norten, Kalach, Broid) propuso sistemáticamente la caída de los gruesos muros de color mexicano y hasta el pesado concreto martelinado, elementos que sus autores defendieron hasta el último día (literalmente) sus respectivas posturas. El racionalismo material no es nada nuevo y sin embargo halló una gran repercusión en este nuevo siglo.
Este no es un fenómeno mexicano ni latino, personajes como Francis Kèrè o el mencionado Aravena son muestras internacionales de que este fenómeno de la “arquitectura pobre” se vive en otros lugares. Tampoco es nuevo en otros lugares, el trabajo de Shigeru Ban con papel, los experimentos materiales de Herzog & De Meuron y las construcciones simples de dos Pritzker: Peter Zumthor y Glenn Murcutt y hasta Kahn hablan de una necesidad de simplificar los procesos constructivos en distintas latitudes desde fin de siglo pasado.
¿A dónde va esta vertiente? O ¿en qué momento los indicios fonéticos se hacen parte de un nuevo lenguaje? De cara a la nueva década que se avecina este fenómeno podría ser un esbozo.
Villahermosa, enero 2020
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