Por Marcos Betanzos @MBetanzos
Entre el 8 y 20 de enero, los participantes del taller Nuevo Norte estudiaron las condiciones e historias de vida de personas migrantes en distintos albergues, centros comunitarios y espacios públicos de la Ciudad de México, todo desde una perspectiva distinta.
Convocados por el Laboratorio para la Ciudad (LabCDMX) y coordinados por Pablo Landa, Rodolfo Samperio, Luis Gil y Miguel Buenrostro, estudiantes de diseño industrial, arquitectos, diseñadores gráficos, administradores y promotores de la obra urbana; entre otros, dieron forma a la sexta edición de este taller que comenzó en Tijuana y ha migrado, revelando a su paso pertinentemente las condiciones de estos grupos humanitarios en ciudades como Mexicali, Monterrey o Guadalajara.
Ahora en la CDMX, un documento puntualiza las observaciones y algunas de las convicciones surgidas de la investigación y de los proyectos realizados en el taller. En èl, se señala que, en años recientes la capital de México ha buscado convertirse en una “Ciudad Hospitalaria”. Este término es una interpretación local de la designación “Ciudad Santuario” que se usa en los Estados Unidos, Canadá y algunos países de Europa donde no se persigue por su condición migratoria a quienes los habitan o circulan por ellos. A partir de la promulgación de la Constitución de la Ciudad de México, ésta será oficialmente una Ciudad Hospitalaria. Sin embargo, ¿qué camino habrá que recorrer para convertir esta designación legal en una realidad para los migrantes?
Desde las lógicas del taller se hace un cambio radical en el campo de acción y el lapso para la implementación de proyectos. Pablo Landa, afirma que los plazos son cortos, que no se buscan proyectos faraónicos ni acciones para un futuro filtrado por la burocracia. Se busca concretar acciones inmediatas, que de forma puntual contribuyan o den soporte a la acción migrante de un modo específico. Tomando lo anterior como punto de partida, se plantea que, una “Ciudad Hospitalaria debe ser también una ciudad mágica: un sitio donde quienes llegan de fuera pueden realizar sueños que en otros lugares parecen imposibles”.
Empezar por la protección de los derechos de los migrantes; garantizar oportunidades de trabajo bien remunerado o agilizar la resolución de su situación migratoria. Reconocer la violencia que sufren en sus países de origen, en sus trayectos, y en la Ciudad de México, contribuiría a “construir una Ciudad Hospitalaria que antepone la verdad de las narrativas migrantes a las realidades que se construyen desde la burocracia y los discursos políticos”.
Ayudar, por un lado: colaborando, construyendo, escuchando y visibilizando una realidad que nos parece ajena, aunque es paralela a nuestra vida. Y por otro, exigir a las instituciones del Estado y los gobiernos locales que asuman los riesgos y responsabilidades que adquieren las casas de migrantes, asociaciones civiles y otros agentes que con agendas especificas cubren los vacíos legales y humanitarios que no quieren ofrecer o no pueden ofrecer los instrumentos institucionales en rubros como las identidades binacionales, salud, violencia o la movilidad (humanitaria).
En el taller se define contundentemente que una Ciudad Hospitalaria no debe ser un ejercicio unilateral, realizado desde gobierno para beneficio de los migrantes. Debe ser un proceso abierto y participativo en el que las visiones de distintos tipos de migrantes contribuyan a transformar las identidades “locales”. Es decir, una Ciudad Hospitalaria no simplemente recibe y permite que se asimilen personas de otros lugares; también aprende de ellos.
La pregunta pertinente espera respuesta: ¿Cómo podemos construir solidaridades que vayan más allá de los imaginarios nacionales impuestos desde espacios de poder gubernamentales?
La realidad es clara: en esta ciudad de movimientos, todos somos migrantes.
Fotografías Cortesía de Laboratorio para la Ciudad
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