Con Perspectiva

Las relaciones públicas en arquitectura

 



Por: Jorge Vázquez del Mercado*  @JorgeVdM_Arq 
Además de un gran padre y hombre de familia, mi papá fue un gran “PR” (Public Relations), y por lo mismo un gran cultivador de amistades. Era notable y notoriamente querido por sus amigos y conocidos. También fue un prominente publicista -de vocación, más que de formación propiamente-. Lo asocio en algo con Don Draper de la magnífica serie de televisión Mad Men…Bueno. Él siempre me insistió en la importancia de las relaciones públicas para mi desarrollo profesional y desde que me hice arquitecto…mucho más: “…Ustedes los arquitectos… ¡Procuren a sus (posibles) clientes, hombre!”, me “apuraba” muchas veces; pero por algún motivo siempre pensé que en arquitectura no podía ser del todo así. Ahora bien, los papás “sabemos” que nuestros consejos siempre serán los mejores para nuestros hijos. Toma tiempo escuchar.



Hace no tanto (tiempo) le pregunté al arquitecto Antonio Attolini Lack ─uno de mis más admirados maestros y amigo entrañable, pese a nuestra diferencia de edad─ cuál era su posición en el tema de las relaciones públicas, y me respondió con el siguiente consejo: “No socialice con sus clientes”. Una postura antagónica a la de mi padre, ¿sería? Attolini me explicaba que si socializas con tus clientes te expones a tener que hacer concesiones que comprometerán tu trabajo de alguna manera, resumidamente. Él fue un arquitecto muy reconocido y prolífico que terminaba incuestionablemente sus obras con excelencia y envidiable calidad.

Conocí al arquitecto venezolano Tomás José Sanabria hace casi ocho años; he escrito acerca de aquel encuentro en este espacio. En esa memorable ocasión, le pregunté lo mismo y me respondió más o menos: “para que el cliente respete al arquitecto, el arquitecto debe respetar a su cliente. Eso requiere de cierta formación “psicológica” de los arquitectos. Los estudiantes deberían llevar un propedéutico en Psicología antes de empezar la carrera de Arquitectura…”. Muy cierto, mejor imposible, pensé.

La arquitectura es un arte que precisa (¿casi?) inevitablemente de un cliente y sirve a un usuario. Unas veces el cliente es el usuario, otras no; en obra pública, más bien no. En cierta conferencia de Santiago Calatrava en el Palacio de Bellas Artes, (aquella en la que denunció que la famosa cúpula del Reichstag en Berlín de Norman Foster se la había copiado a él) alguien le preguntó si había proyectado alguna casa. Me pareció una buena pregunta (no conozco una casa de Calatrava, le admiro pero tampoco soy el gran fan) a lo que Calatrava respondió “que lo que ocurría era que el 90 y tantos por ciento del trabajo de su oficina se obtenía por concursos, y que casi no había concursos de casas” ¿Cuántos no quisiéramos ser como él? Confieso que pensé…y pues, ¿Cómo le habría hecho para escalar tan alto entonces? ¿Un genio? La respuesta se resume en pocas palabras: trabajo intenso, capacidad, talento, etc. Hoy Calatrava atraviesa por litigios y penalizaciones ocasionadas por desperfectos en algunas de sus obras. Eso da cuenta de que en un mundo profesional obtenido por concursos, además de derechos (a cobrar bien o a no dar concesiones, por ejemplo), hay obligaciones, pero eso ya es otra historia que amerita reflexión aparte sobre la urgente cultura de los concursos públicos.


Volviendo a las relaciones públicas y su efecto sobre el actual campo profesional de la arquitectura, (bien metaforizado en algún lugar del ciberespacio como “un océano de aguas en las que se podría separar el azúcar y la sal”), el tema introdujo desde hace pocos años una nueva forma de interacción entre las relaciones públicas y las redes sociales; un fenómeno del mayor interés que desde esta perspectiva se presenta como un espejismo de cultivo de otras relaciones públicas como clientes potenciales sólo por el hecho de estar presente todo el tiempo allí. LinkedIn sería ─en ese caso─ el oasis, por decirlo así.

En resumen prefiero pensar que mi papá y Attolini se encontraron en el más allá, como Sócrates y Fedro en el “Eupalinos o el arquitecto” de Paul Valéry, para demostrar desde su experiencia que sus posiciones no necesariamente se contraponen sino que se pueden complementar radicalmente. El trabajo se debe obtener por ser bueno, no por ser social, pero si una vez obtenido el trabajo no se es socialmente hábil ─digámoslo así─ para llevarlo a buen fin, pues no sirve de mucho ser bueno, aunque allí no se agote el debate sobre la “utilidad” de lo social en arquitectura. Da para mucho más…

 



 
Jorge Vázquez del Mercado* (Ciudad de México, 1964)  Es arquitecto y director de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Anáhuac México Sur, Ciudad de México. Actualmente realiza el Doctorado en Ingeniería Ambiental en la misma Universidad.




 


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