Una experiencia personal única que me acercó a entender aun más la genialidad del trabajo de uno de los más destacados diseñadores de finales del Siglo XIX y comienzos del XX.
He tenido la
fortuna de visitar la ciudad de Glasgow en tres ocasiones lo que me ha dado la
oportunidad de conocer la obra y creaciones de Mackintosh en diferentes
espacios y museos. Su trabajo siempre me ha parecido fuera de serie y el conocer
su trayectoria de cerca me lo ha confirmado. Lo conocí primero a través de sus
piezas de mobiliario, ya en los años 80 varias reediciones de éstas formaban
parte de la colección de Cassina y mi madre les tenía particular afección. No
habiendo disponibilidad de esos productos en México se atrevió a hacer una
copia de estos muebles (sin un rigor histórico desmedido, supongo) pero con un
claro cariño y admiración por ellos. La foto que conservo de mi Madre en la
sala de mi casa es precisamente una de ella sentada en una de estas sillas. En
esos años de infancia y primera juventud, Mackintosh era para mi un “diseñador
de muebles”. No fue hasta más adelante que comencé a entender el alcance de
este personaje, su particular manera de diseñar el todo como una sola cosa.
Charles se
formó como arquitecto, siguiendo los usos del momento desarrolló su carrera
primero como aprendiz en una oficina de arquitectura y complementando sus
estudios en la Escuela de Arte de Glasgow, una formación que le dio la
oportunidad de ver la arquitectura como algo más allá de la construcción. Ya
conociendo su trabajo y trayectoria, dos cosas me han marcado en particular, la
primera el vinculo que tuvo con el movimiento de Secesión de Viena (y por
supuesto descubrir el vínculo que Budapest, Viena, Praga y Bruselas tenían con
Glasgow en la época de apogeo de la revolución industrial) —y, sobre todo— su
manera de pensar en los interiores de las habitaciones, no sólo en términos del
amueblamiento, sino como resolvía el espacio como un todo. Desde el tenedor y
la cuchara, hasta el último friso y papel tapiz.
Los interiores
europeos clásicos, en particular los ingleses y los franceses, han tenido
siempre una enorme notoriedad. Son característica de las clases nobles y
siempre han marcado los espacios habitables de castillos y palacios. Éstos,
marcados por épocas especificas de reinados, han dado lugar a muebles “de
estilo” especifico. Es así como existen las “sillas Reina Ana” o el estilo
“Luis XV” o “las habitaciones Victorianas”. Mackintosh por supuesto hereda esa
cultura, esa tradición, pero, —y he aquí la genialidad— él lo saca del contexto
“nobiliario” y logra crear lo que me atrevería a llamar “los primeros
interiores modernos”. Podría comparar su trabajo sólo con el de personajes como
Víctor Horta o Héctor Gimard.
Mackintosh y
Margaret, su pareja de vida y cómplice creativo, vivieron en la casa que llevó
el número 6 de Florentine Terrace, que fue su segundo hogar, después de su
matrimonio, hasta 1920. Durante los años que la habitaron la fueron
acondicionado usando los recursos a su disposición conforme fueron resolviendo
otros proyectos y, por supuesto, materializando su visión y práctica. Hasta el
más mínimo detalle fue diseñado por la pareja.
Al mudarse la
pareja a Francia la casa terminó siendo comprada por uno de los clientes, y
patronos principales de la pareja, quien la habitó por varias décadas hasta
acabar siendo donada a la Universidad de Glasgow por sus descendientes. La
casa, no protegida por ninguna ley de conservación de ese momento, fue
derribada. Una decisión pragmática que causó estupor sólo en un puñado de
estudiosos en la época y que, en menos de 20 años, resultaría en un escándalo y
el evidente arrepentimiento de la comunidad universitaria. ¡Garrafal error!,
nada que decir.
Afortunadamente
Adrew McLaren Young, cuyo nombre debería de estar en letras de oro en los
anales del diseño y la arquitectura, documentó a detalle la casa antes de la
demolición y retiró todo lo posible de sus interiores. Más allá de los muebles
conservó zoclos, molduras, puertas y otros elementos decorativos (hasta pedazos
de papel tapiz) mismos que fueron almacenados en los espacios de la colección
del Museo Universitario.
En 1963 por fin
se materializa la idea de reconstruir estos espacios y para hacerlo, se diseñó
un contenedor algo particular. No se trataba de reconstruir la casa (que no era
diseño de Mackintosh) sino sus interiores. La tarea no fue fácil, la
reconstrucción sería un anexo a la Hunterian Art Gallery y debería de cumplir
con los requisitos y normatividad de la época.
El contenedor
resultó en una muy polémica (a mí me encantó) “casa” brutalista que contiene al
interior la reconstrucción de los espacios. Déjenme decirles que recorrer esos
espacios es simplemente mágico. Al contrario de muchas habitaciones históricas en edificios originales o en
museos, los interiores de Mackintosh se pueden recorrer completamente (sólo no se puede tocar o usar el
mobiliario) y al ser una reconstrucción de la casa, la luz al interior es la
luz natural con exactamente la misma orientación que la casa original.
Comparto con
ustedes mis fotografías del recorrido y en estas líneas la enorme emoción que
recorrer estos espacios significó. La experiencia es un viaje en el tiempo, una
pasada. La oportunidad de comprender el genio de Charles recorriéndolo cambió,
para bien, mi visión sobre este personaje que, desde temprana edad, ya
admiraba.
Fotografía:
Cortesía del autor
Amo a Mackintosh e hice un viaje a Glasgow solo para ver su obra y la cafeteria que decoró Margaret. (Soy mexicana) y adoro la Secesión Vienesa e ido varias veces a Viena a ver obras de esa época
ResponderEliminarGracias por compartir
Eliminarsensacional
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