Una experiencia donde la arquitectura se diluye en el entorno, permitiendo que el espacio se habite de forma orgánica.
Ubicado en el corazón del área comercial de Puerto Cancún, este espacio gastronómico propone una experiencia donde arquitectura, materialidad y percepción sensorial se entrelazan para generar una atmósfera íntima y acogedora. Concebido con un enfoque que responde tanto al contexto como a la funcionalidad, se privilegió el uso de materiales naturales con fuerte arraigo en la arquitectura mexicana—como el chukum, el barro y la madera—para expresar una identidad artesanal y orgánica que se integra de manera armónica al entorno.
El proyecto se desarrolla en una sola planta, aprovechando un local existente mediante un esquema arquitectónico flexible que atiende las necesidades operativas del restaurante sin perder la conexión entre el usuario y el espacio. La organización se basa en la apertura y continuidad visual: las áreas de mesas, cocina y barra conviven sin barreras físicas, delimitadas sutilmente a través de variaciones en texturas, materiales y mobiliario.
Desde el acceso, una celosía curva de barro da la bienvenida y funciona como umbral visual entre el exterior y el interior, rindiendo homenaje a la tradición alfarera mexicana. Al centro, un gabinete de esquinas boleadas acompaña el recorrido y regula la privacidad del área de comensales con discreción.
Las luminarias colgantes de cobre martillado aportan un brillo cálido que contrasta con la textura terrosa del chukum, mientras que las superficies de mármol travertino en mesas y barras equilibran sofisticación y materialidad natural. El interior se complementa con estanterías ligeras de madera que evocan el carácter japonés del restaurante, y una curaduría de piezas en barro cocucho —originario de Michoacán— que refuerza la identidad artesanal y establece un lenguaje coherente en cada detalle.
El mobiliario en rosa morada, especie tropical mexicana de presencia en el sureste del país, aporta un carácter contemporáneo que dialoga con la herrería estructural. Las lámparas de barro suspendidas proyectan una luz tenue, evocando la artesanía local y reforzando la sensación de intimidad.
La losa original con casetones fue intervenida con chukum, logrando una integración visual con el resto del entorno y reforzando la continuidad material. La cocina se complementa con una barra de bebidas y un área de comensales que se extiende hacia la terraza exterior, concebida como núcleo de la experiencia sensorial.
La terraza funciona como zona de transición entre lo natural y lo construido. Un espejo de agua recorre su longitud, delimitando el espacio sin interrumpir la fluidez visual. Macetas con vegetación local enmarcan el perímetro, creando un límite permeable que resguarda sin aislar.
Este proyecto destaca la relación entre materialidad, luz y naturaleza, generanado un ambiente que invita a ser vivido con todos los sentidos, redefiniendo la manera en que interactuamos con el restaurante.
Fotografía: César Belio
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