Por Eugenia González @EugeniaGG y Lorenzo Díaz @lorenzodiaz
Uno pensaría que a meses de su inauguración y con mucha tinta derramada, más allá de los miles de fotos compartidas en las redes, queda poco que agregar a lo presentado; aún así una experiencia de primera mano demuestra que hay tantas lecciones como visitantes existen y que la complejidad y diversidad de los temas expuestos dan material para amplias reflexiones.
Constantemente se argumenta que muestras de arquitectura
como la Bienal aportan poco a la arquitectura “de adeveras” a los que los
arquitectos “hacen todos los días” y que son distantes a la realidad que el
oficio enfrenta cotidianamente. Hemos visto como los tres últimos curadores de
este magno evento han hecho esfuerzos claramente encaminados a romper esta
barrera ideológica que, a nuestro parecer, es inexistente.
Chipperfield habló de la arquitectura sin arquitectos,
Koolhas desmembró la arquitectura en elementos y ahora Aravena, el nobel ganador del Pritzker, busca encontrar la
arquitectura que se da en el frente batalla. Los tres, en su muy particular
estilo, han logrado su cometido. El encuentro de Venecia ha retomado ese placo
escénico que le corresponde y crea una espacio de reflexión adecuado que
cuestiona el por qué de la disciplina y el para qué de sus actores.
Cierto es que el concierto internacional no sigue
armónicamente la pauta que el director pone como reto, algunos tocan su melodía
y otros pierden la pauta, lo que sin duda sucede es que el visitante queda
complacido al encontrar una cantidad enorme de propuestas que al ser
contrastadas enriquecen plenamente el acervo con el que se cuenta antes de
empezar.
En esta edición la reflexión se acerca claramente al reto
que la arquitectura realmente vive, se
cuestiona en la mayoría de los espacios la manera en cómo lograr que las
soluciones estudiadas entiendan, resuelvan e impacten la calidad de vida de la
vasta mayoría de humanidad. Vimos con gusto como los intereses se alinean para
atacar temas como el crecimiento acelerado de la vida en las ciudades, la
marginación, la agenda sustentable y los fenómenos como los refugiados.
Es evidente, sin embargo, que la arquitectura carece aún de
trabajo realmente multidisciplinario. La integración de sofisticados grupos de
trabajo es escasa y no tiene el nivel
necesario para plantear soluciones a los retos presentados. Sorprende que,
aunque bajo la bandera nacional, pocos pabellones realmente reflejan la visión
de una nación y en el mejor de los casos exhiben una perspectiva de un grupo
organizado de profesionales y expertos de los sectores, otros ni a eso llegan.
Desde el frente, perspectiva que se logra apreciar en este
edición, nos resulta evidente que la batalla es gigante y queda claro que la
solución sobrepasa a la pléyade de arquitectos (estrella o menos estrella) y
que deja entrever que los telones del espectáculo arquitectónico transparentan
la poca preparación e inclusión de la profesión en las políticas de desarrollo
sustentables a todas luces tan urgentes para nuestra especie y para la
subsistencia del planeta mismo.
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