Tate Modern, un nuevo edificio por Herzog y de Meuron. Una visita
Apenas abierto al público el pasado 17 de Junio el edificio da mucho de qué hablar, una mañana de visita nos permitió formarnos una opinión.
Por Lorenzo Díaz @lorenzodiaz y Eugenia González @EugeniaGG
La exitosa adaptación de una vieja planta energética para la nueva sede del museo de arte moderno hace ya más de 15 años cambió definitivamente la escena mundial del arte, con su enorme sala de turbinas, transformada en el salón de exposición más grande del planeta, la nueva sede del Tate propuso un estilo propio para enseñar el arte contemporáneo.
El enorme éxito del nuevo museo y sus más de 5 millones de visitantes crearon la necesidad de expandir los espacios expositivos y construir otros espacios para los curadores y el manejo de la extensa conexión. Fueron los arquitectos del proyecto original los encargados de idear esta nueva sección del museo.
Los resultados son, a nuestra manera de ver, mixtos. Una armónica torre, que sin duda se integra estéticamente a la existente masa de la estación energética enriquece el conjunto acertadamente. La selección de texturas y materiales es asombrosa, la osada y caprichosa geometría propone una figura que reta a la cambiante y moderna ciudad.
Es su integración interior y sus circulaciones internas las que resultan innecesariamente complejas y frustrantes. Su recorrido es confuso y poco emocionante. Como sucede en otros edificios modernos para el arte, su crecimiento vertical se ve confinado a la circulación por elevadores que con grandes masas de personas resulta angustiante y rompe todo el flujo natural del recorrido. Es cierto que la vista desde la cima es espectacular y que se antoja necesaria dada la ubicación del edificio, pero pasa a ser un atractivo ajeno al museo y a su función principal, una suerte de mirador turístico que poco tiene que ver con la misión del museo.
Las salas son ciertamente adecuadas para su propósito y cuentan con todas las facilidades modernas que un museo de este calibre requiere, son espacios sin embargo que resultan ajenos a la propuesta formal exterior.
Es así que la expansión de la Tate Modern es una osada propuesta formal que aporta a la ciudad desde afuera pero que no logra un diálogo armonioso con la preexistencia y el propósito del museo. Frustración que se diluye en cuanto se disfruta la vista desde el piso 10 sobre la maravillosa y vibrante ciudad de Londres.
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