Un refugio contemporáneo frente al mar Caribe, donde arquitectura, contexto y vida se funden en una experiencia de habitar profundamente conectada con el lugar.
En Calderitas, Quintana Roo, se levanta una residencia de 300 m² que retoma principios del metabolismo arquitectónico: estructuras claras, organizadas en módulos que permiten una vida flexible y en constante adaptación.
El conjunto se articula en dos naves, una dedicada a la intimidad y otra al encuentro, conectadas por un volumen central que funciona como vestíbulo. El acceso, enmarcado por un patio de grava, conduce al lobby donde un pozo preexistente se resguarda bajo cristal templado, gesto que vincula el origen del terreno con la experiencia contemporánea de habitar.
La nave social reúne sala, cocina, comedor, alacena, medio baño, cava y área de lavado. Cada ambiente se organiza con sencillez, reforzando la idea de eficiencia y convivencia. Los materiales dialogan con el entorno: muros de piedra, acabados en blanco y madera, y una iluminación cálida que envuelve cada rincón.
La arquitectura se concibe como un organismo vivo, donde cada elemento cumple una función y, al mismo tiempo, genera vínculos: reunir, compartir, cocinar, conversar.
La nave privada alberga la recámara principal con baño y vestidor, una habitación de invitados y un baño adicional. Son espacios que mantienen coherencia con el lenguaje arquitectónico general, buscando serenidad y refugio. El vestíbulo central, con su muro tapizado de cruces y el pozo iluminado, otorga al conjunto un carácter simbólico: memoria, espiritualidad y arraigo se entrelazan con lo cotidiano.
Fotografía: Eduardo Loeza
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