Frank Ghery en las ciudades gemelas


Por: Mariangel Coghlan  @CoghlanM
Cuando escucho hablar del río Mississippi me captan la mente imágenes de enormes botes de vapor color blanco con decoraciones rojas, en el sur de los Estados Unidos, abordados por elegantes señoras al estilo Scarlett O’Hara (“Lo que el viento se llevó”), con un Martini en la mano y el melancólico fondo sonoro del blues. Hay mucho más que eso…

Asuntos de trabajo me llevaron al extremo norte del río Mississipi, en el estado de Minnesota (colindante con Canadá); en específico, a las ciudades gemelas (TheTwin Cities): Minneapolis y Saint Paul, cuya división geográfica está determinada, precisamente, por este río.

En esta época del año, los alrededores del Mississippi comienzan a vivir la espectacular metamorfosis de los colores de las hojas del otoño; algunas hojas verdes permanecen, pero los colores amarillos, ocres y rojos predominan. Este hermoso espectáculo, aunado a la aparición de enormes calabazas anaranjadas regadas por diversos puntos del terruño, nos precipitan hacia las tradiciones de los pioneros y su día de gracias, así como a las historias de fantasmas, brujas y el “treatortrick” del Halloween. 
 
 
Cuando uno llega a una ciudad desconocida, sin tener idea de lo que más vale la pena visitar, a lo que uno se atiene en un primer momento son a los folletitos que se encuentran en las entradas de los hoteles. Es por eso que, antes que nada, “abordo” la ciudad sin dirección específica, recorriendo en automóvil las avenidas principales del centro histórico para ver si existen puntos de interés que no son mencionados en aquellas pseudo-guías turísticas.
 
La primera vez que fui a Minneapolis (hace ya muchos años) descubrí, por afortunada casualidad, el campus de la Universidad de Minnesota, una de las universidades más importantes y grandes de los Estados Unidos, que está distribuida entre ambas ciudades; en específico, en los bordes del río Mississippi. Dentro de este campus me encontré con una sorpresa todavía mayor: una estructura que a todas luces tiene semejanzas con el museo Guggenheim de Bilbao y el Disney Concert Hall en Los Angeles. Así es, en esta universidad se encuentra el Weisman Art Museum, proyecto del gran arquitecto canadiense Frank Gehry.
 
Esta vez, cuando supe que iría nuevamente a Minneapolis recordé este museo y quise volver con calma para visitarlo. Su exterior de titanio me atrajo desde la primera vez que lo vi, es el precursor del Museo Guggenheim de Bilbao.

Ganador del prestigioso premio Pritzker, Frank Gehry sobresale como uno de los arquitectos más influyentes de la actualidad. El Weisman Art Museum se abrió en 1993, antes del mencionado Museo Guggenheim de Bilbao (1997), de la Caza Danzante en Praga (1996) y el Walt Disney Concert Hall (2003). Las formas caprichosas que caracterizan su arquitectura, en combinación con el material de acero que cubre sus exteriores, se erigen en los paisajes urbanos como íconos de los tiempos contemporáneos, como monumentales y hermosas esculturas que, además, son foros de cultura, conocimiento y arte. Por algo, el mismo Gehry afirma: “Desde el principio de mi vida adulta, siempre me he sentido más relacionado a los artistas que a los arquitectos”. Las plazas y parques que rodean estas obras se han convertido, en muchas ocasionas, en “ágoras” de la modernidad.
 
El Weisman Art Museum, en la ciudad de Minneapolis, tiene una fachada de tabique tradicional que tiene vista a la Universidad de Minnesota, fusionándose con el material exterior de la Universidad, y otra fachada de titanio y volúmenes asimétricos que mira hacia el río Mississippi, como estableciendo un puente arquitectónico entre la tradición académica y el poder y las cualidades orgánicas de la naturaleza.
 
 
El interior del museo es relativamente pequeño. Su colección permanente cuenta con algunas obras de gran valía, como por ejemplo un enorme cuadro del artista del arte pop, Roy Lichtenstein. La característica de esta corriente artística está basada en tomar imágenes comunes de la vida diaria y transformarlas en objetos de arte; tal como convertir una tira cómica o, en el caso de Andy Warhol, un anuncio de sopa en un enorme cuadro pictórico. Las exposiciones temporales en el Weisman Art Museum son siempre de temáticas contemporáneas.
 
En el 2009 se comenzó la obra de ampliación igualmente a cargo de Gehry y fue inaugurada el 2 de octubre de 2011. Se agregaron cinco nuevas salas que permitieron al museo exhibir más obras de su colección permanente, Existe una sala dedicada a colaboraciones experimentales entre artistas, estudiantes universitarios y la comunidad.
 
Majestuoso por dentro, progresista por fuera: el edificio en sí es una obra de arte. Recorrerlo lleva poco tiempo, vale la pena salir a las terrazas y ver las vistas, igualmente es atractivo desde el otro lado del rio. Tiene una tienda pequeña que ofrece gran variedad de cosas interesantes para comprar.
 
Evidentemente, todo este deleite natural y arquitectónico no hubiera estado completo sin una experiencia musical de gran calidad. La “Saint Paul Chamber Orchestra” es una de las pocas orquestas de cámara en todo Estados Unidos que tiene una actividad concertista permanente de nivel internacional; además de esta orquesta sólo recuerdo a la Orpheus Chamber Orchestra.

Fui a un concierto estupendo, el programa constó de obras de Stravinsky, Charles Ives y la Quinta Sinfonía de Schubert. Pero, para mí, el plato fuerte fue el concierto para piano número 23 de Mozart, dirigido e interpretado por Richard Zacharias, uno de los directores titulares de la orquesta. El gesto corporal del director, discreto pero muy expresivo y claro, lograba en la orquesta una interpretación de un Mozart en verdad clásico en toda la extensión de la palabra: la forma, la expresión, el sonido, el color…
 
 

Por cierto, en esos días, se llevó a cabo el tradicional Maratón de las Twin Cities; más de 15 mil personas corriendo en un estimulante ambiente otoñal. Ciertamente, es un deporte ajeno a mis prácticas cotidianas, pero ánimos no me faltaron para apoyar a uno que otro connacional que veía pasar. El esfuerzo de los participantes, su sudor y determinación son en verdad contagiosas; algunos de complexión olímpica, muchos de la tercera edad, familias, amigos; una entusiasta fiesta del deporte, el esfuerzo físico y la voluntad.
Bosques coloridos, formas caprichosas de un genio arquitecto, miles de personas corriendo por innumerables sueños, la música de Mozart… historias de vida que son acompañadas por ese imponente monstruo acuático que recorre un país de norte a sur: el río Mississippi. Vale la pena dejarse llevar por su corriente.
 
“Hay algunos artistas que se sienten ofendidos cuando usas la palabra ‘arte’ para un edificio que tiene escusados adentro”, Frank Gehry.
 
¡Hasta la próxima!


Fotografías: cortesía Mariangel Coghlan



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