La Visual de... Cuando no ocurre nada

En medio de un momento donde las calles de la Ciudad de México parecen formar parte de una zona de desastre, las autoridades delegacionales dirigen a marchas forzadas los trabajos para concluir el remozamiento de banquetas y calles; intentan además lograr que los semáforos funcionen, y si existe la posibilidad, ordenar las obras inducidas con la acción paralela de instalar bolardos al por mayor en vías principales.


Por Marcos Betanzos @MBetanzos
Todo en el último mes del año, lo cual lejos de ser una muestra irrefutable de eficiencia, se puede ver como ilustración idónea de la desorganización con la cual se interviene la ciudad: todo es improvisación. Ante ello, se vuelve oportuno cuestionar ¿hasta qué punto los contratos a modo, la negligencia y la corrupción forma parte de este espontaneo y supuesto proceso de mejora?



No hay mucho que leer de otro modo, soy testigo de cómo en los últimos meses una misma calle (pongo de ejemplo la de Celaya entre Insurgentes y Ámsterdam en la Condesa) se ha intervenido no una, ni dos ni tres veces, sino muchas más para reparar un bache, después arreglar sus banquetas, más tarde para conectar edificios recién construidos y otros ya existentes al colector de drenaje –por olvido previo- y ahora, otra vez por reparaciones, la calle se encuentra cerrada a la circulación. Bajo ese método de operación, la precisión con la cual hacen su trabajo y la cantidad de trabajadores de una cuadrilla que observan a sólo uno de ellos trabajar no resulta ocioso imaginar cuánto cuesta arreglar una calle en la Ciudad de México y sobre todo si es que esos trabajos algún día tendrán un final, esperemos feliz.




Sin embargo, no podemos esperar mucho y quienes caminamos ya conocemos las condiciones para hacerlo, ahora mucho más adversas porque todo está en proceso de intervención. Así resulta imposible imaginar cómo bajo alguna condición de movilidad limitada pueda ser concebida la ciudad como una zona transitable, mínimamente segura y también resulta imposible pensar en cómo el cuerpo colegiado de la burocracia institucional del gobierno trabaja sin planes ni programas coordinados que en el discurso siempre salen a flote pero en la realidad no terminan por solventar la célula madre de lo publico en la ciudad: la calle.




Así están las cosas por aquí: un paisaje de oportunismo y transitoriedad donde las ruinas cotidianas se renuevan a cada paso. Pero una idea optimista parece nacer de todo ello y es que quizá hayamos alcanzado cierto orden porque ya nadie tiene ganas de reclamar por nada. ¿Para qué? Como escribió Koolhaas: “en nuestros momentos más permisivos, nos hemos rendido a la estética del caos, de “nuestro” caos.




Sin embargo, existen razones para alzar la voz y evidenciar lo contundente de los datos duros, las cosas son así de firmes: El Instituto de Políticas para el Transporte y el Desarrollo (ITDP por sus siglas en inglés) afirma que 9 de cada 10 personas que viven en la Ciudad de México asegura que existen dificultades al caminar por la vía pública –sorprende que no sean 10 de 10- y 7 de cada 10 se sienten inseguros al cruzar una intersección vehicular; según el Consejo Nacional para la prevención de Accidentes 8 mil peatones mueren al año en algún accidente vial en la Ciudad de México, uno cada ocho horas, y en contraste los datos de peritajes de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal afirman que el 80% de estos accidentes son responsabilidad de peatones y ciclistas. Aunque usted no lo crea.




¿Qué revela el hecho de que tales conclusiones no incorporen en sus causas la negligencia e incapacidad de autoridades y dependencias a cargo de procurar el buen estado de nuestras calles? Ya lo sabemos en el sentido técnico, el caos es lo que ocurre cuando no ocurre nada… Así están las cosas por aquí.



Fotografías: Cortesía de Polo Camargo
@polocamargo  

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