Un cubo blanco comprime la primera etapa de obra de una residencia en un clúster familiar suburbano de estrechos terrenos, los ventanales a doble altura refrescan los interiores mientras los acabados pulidos resisten la intensa intemperie del sureste mexicano.
La solución básica tiene edificios separados por vacíos
buscando ordenar y potenciar la bioclimática de la arquitectura: un jardín
posterior natural, un espacio de agua entre los edificios y un estacionamiento
filtrante al frente.
El programa resultó en un arreglo de dos cuerpos
articulados por medio de una piscina y un puente elevado que conectará las
plantas altas. El primer movimiento de esta obra es un cubo de uso privado al
fondo, posteriormente serán construidos el volumen público al frente y la
piscina.
Este pie de casa de geometría rigurosa es un compacto
ensamble de espacios que forman dobles alturas en distintos niveles. Los
partidos arquitectónicos de ambos cuerpos se resolvieron en cuadrantes con
predominio de espacios sirvientes al suroeste y espacios servidos al noreste,
ventanales al norte y al sur y muros ciegos al oriente y al poniente.
El lenguaje compositivo es mínimo y racional mientras que
los procedimientos constructivos responden a las condiciones locales. El
resultado de esta primera etapa es un cubo blanco construido con elementos cuya
naturaleza se alterna en una composición binaria: materia-vacío, sombra-luz,
oculto-expuesto.
Se usaron elementos blancos pulidos como un sistema
pasivo contra el clima sofocante que busca evitar la acumulación de agua en la
piel, conservando una menor temperatura interior mediante la reflexión y
eliminando la resistencia al torrente de aire cruzado de los ventanales.
Fotografía: Daniel Ochoa Torres / Miguel Alejandro Sánchez Aldana
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