©Marcos Betanzos
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La estupidez colectiva respecto a un problema global inicia como siempre con humor al nivel de un meme, luego se consolida con argumentos y teorías de la conspiración, con nuestro escepticismo echamos abajo los (otros) datos. En ese lapso se ignora todo aquello que nos permite una reacción pertinente que favorezca el tomar las mejores decisiones para el futuro, para el largo plazo; mientras nuestra visión se acorta, nuestra preocupación recae en el papel higiénico, nuestras medidas de protección caen en lo ridículo y un aire denso de incertidumbre comienza a recorrer nuestras ciudades para darnos un retrato mucho más diverso e impuro de lo que somos.
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Los vulnerables lo son siempre y no solo en este tipo de sucesos, pero no lo vemos, cómo lo vamos a ver si pensamos que nuestra realidad es la realidad de todos, incluso la de aquellos a los que decirles “quédate en casa” representa mantenerse en el mismo lugar de la calle en la que permanecen día a día como sombras; en los que viven al día, los que su riqueza no les permitirá mantenerse cuatro o doce semanas sin laborar.
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En este
retrato de ciudad medio apocalíptico y medio estridente, salen las voces más
privilegiadas de la pirámide social a sentencia y generar responsables, señalan
pues a los que deben trabajar a los que se transportan en metro o los que no
pueden hacer otra cosa más que esforzarse por mantenerse vivos. Señalan también
a un gobierno que, sobrepasado por su propio discurso recae en las ridículas
creencias religiosas y del pensamiento mágico de un país con una población
mayoritariamente creyente, devotos de la virgen de Guadalupe, asiduo usuarios
de amuletos y al mismo tiempo científicos de alto nivel, analistas, y
politólogos. También aparecen charlatanes con ínfulas de intelectuales que nos
dicen: ¡yo tengo la cura, pero cuesta…y mucho!
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La
ciudad nos dice mucho en este silencio que parece comenzar a incrementarse
(tanto como el del cercano 9 de marzo), ver cómo se va paralizando plantea un
buen momento de reflexión para entender por qué todos merecemos crear nuevas
formas de convivencia y pacto social. Pero, sobre todo, poner el horizonte
común mucho más lejos actuando razonablemente con esa perspectiva de futuro y
no cortoplacista. Desde la arquitectura y el urbanismo ¿qué enseñanza, qué
cambios suscitará esta pandemia en nuestras tipologías? La respuesta la
construiremos todos más pronto o más tarde, pero llegará.
El filósofo Daniel Innerarity ha escrito que, “en
una sociedad del conocimiento la sociedad en su conjunto puede ser más
inteligente que cada uno de nosotros, pero también es cierto lo contrario: que
todos juntos —la sociedad interdependiente, contagiosa— estemos siendo más
torpes de lo que podemos serlo cada uno de nosotros personalmente”. Habrá que
preguntarse cuál será el precio de nuestros contagios, cuáles serán las
consecuencias de este suceso, cuál será el precio de que volvamos a vivir en
esa indiferencia que nos da una armoniosa tranquilidad en nuestras múltiples
vidas. Habrá que ver cómo logramos que esto pase o hacer que pase sin que
sigamos siendo los mismos que antes fuimos.
*Marcos Betanzos (Ciudad de
México, 1983) es arquitecto, fotógrafo y profesor de cátedra en el Instituto Tecnológico
de Monterrey, Campus Santa Fe y Estado de México. Becario FONCA 2012-2013,
integrante de FUNDAMENTAL, taller de arquitectura, paisaje y urbanismo.
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