Fuera del centro, aún hay algo (2da. Parte)

Por: Marcos Betanzos* @MBetanzos

“La arquitectura es producto de una dedicación constante, de un amor permanente por ella; es como enamorarse de una mujer: no implica esfuerzo ni sacrificio cuando se es correspondido, y la arquitectura corresponde cuando se le entrega uno"Julio de la Peña (1917-2002)
Después de la gran enseñanza que dejaron las primeras décadas del siglo XX en la arquitectura tapatía, la búsqueda continuó y llegó a buen término pero ahora haciendo uso de otra plataforma, la institucional a través del nacimiento de la Escuela de Arquitectura, fundada el 20 de octubre de 1948 con apoyo de la Universidad de Guadalajara (UdeG) y dirigida –pero sobre todo promovida y concebida- por Ignacio Díaz Morales. Tres lustros de formación fue el periodo que esta selecta academia de arquitectura se brindó de la mano de su mentor al mismo tiempo en que trató, bajo toda medida de alejarse del sístole-diástole de la política nacional como lo indica el escrito de Julio de la Peña, “La fundación de un sueño: la Escuela de Arquitectura de Guadalajara”, 1995.

Acceso a casa de Díaz Morales
realizada por Ignacio Díaz Morales en
1956 con un estilo funcionalista.
Los personajes que se sumaron a la causa y vieron surgir esta institución fueron entre otros, Manuel de la Cueva, José Arreola Adame, Alberto G. Arce, y los ingenieros Tapia Clemens y Carlos Pérez Bouquet. Su planta docente era extraordinaria, incluía nombres como el de Mathias Goertiz –quizá el más reconocido de ellos y primero en llegar al país-, le siguieron Horst Hartung, Franz y Bruno Cadore y Marcolongo, posteriormente Silvio Alberti Levati y Manolo Herrero Morales, el último fue Erich Coufal; aunque también arribaron Alfred Löebs y Carlo Ángelo Kovacevich.


Terraza Casa Díaz Morales.
Estado actual de uno de los baños de la casa Díaz Morales.

Lo que bien pudo ser un caos logró convertirse gracias a la visión colectiva en una fábrica extraordinaria de nuevos arquitectos que tenían un lenguaje propio basado en los principios teóricos de José Villagrán impartidos por Díaz Morales, el impulso creativo de Goertiz, las lecciones de educación visual y composición de Coufal y Cadore… La gran fábrica produjo a lo largo de catorce años tan sólo a 18 alumnos egresados que cumplieron a cabalidad con las sesenta materias que el plan de estudios –definido en cinco años- dictaba.


La singular arquitectura con influencia
oriental (China) de la Casa Aviña.

La escuela enfrentó diversos cambios internos, quizá el primero la salida de cuatro docentes europeos (Goeritz, Coufal, Herrero y Kovacevich), una vez cumplidos sus tres años de contrato a inicios de la década de los cincuenta y así en 1963, llegó el momento en que se vio salir a Ignacio Díaz Morales, lo secundaron entonces Salvador de Alba Martín, Jaime Castiello, Max Henonin, Enrique Nafarrate, Ernesto Gálvez, Guillermo Navarro Franco, Daniel Camil, Domingo Uriarte, Jorge Ramírez Sotomayor y Juan Palomar.


Las apariciones contemporáneas enclavadas
en predios que no dejan de reprochar
que ahí hubo algo mucho más grande.

La huella quedaría para siempre: grandes obras cargadas de honestidad que presumían su eficacia ante las limitantes a las que se presentaban, influencia externa, tradición local y cercanía con los usuarios notable. La relación entre quien proyecta y quien habita era íntima, comprometida. Fernando González Gortázar dice bien que “para que exista la buena arquitectura, es necesario que existan buenos arquitectos y buenos patrocinadores; aunque parezca increíble, esa conjunción se dio entonces en Guadalajara, durante estos tres lustros”. De esto intentan hacer eco estas líneas, se trata de reconocer, de entender para valorar.


Edificio da Cámara Mexicana de la
Industria de la Construcción (CMIC)
de Av. Lerdo de Tejada 2151 en franco deterioro.

Y es que por momentos al estar caminando entre las calles de Guadalajara, tengo la idea de que nadie sabe lo que tiene ni aunque lo esté pisando. Pocos son los curiosos que se detienen a leer lo que dicen esas placas, esas señales históricas concentradas en no más de un m2 todavía a salvo del robo y la venta por kilo, esas piezas metálicas que esperan nuestro acercamiento para revelarnos un dato de nuestro patrimonio o por lo menos –si se quiere ser un poco pesimista- extendernos la invitación para no ser ni tan indiferentes ni tan ignorantes. 


Torre la Paz (Warren & Restelli) con sus singular
forma rompe la retícula cerrada de la zona al incorporar
en su planta baja de uso comercial una plaza pública.

Es Gortázar quien indica que al final de los años sesenta, los gobiernos abandonaron su responsabilidad y obligación en el campo de la arquitectura. Pero además acota que muchos arquitectos (y sus clientes) cedieron al mercantilismo y las modas o se perdieron de cualquier modo. Lo lamentable es que ese tiempo señalado parece inevitablemente todo tiempo presente.


Proceso de demolición. Hoy propiedad del
Colegio de Notarios del Estado de Jalisco.

Al parecer la iniciativa del gobierno municipal de poner placas
que identifiquen al autor y valor de la obra poco ha servido.
Son pocos los interesados en reconocer lo que se dice ahí.
Fotos: cortesía de Marcos Betanzos

@MBetanzos

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